El analfabeto que no sabe leer, no puede leer porque no sabe. En cambio, el analfabeto que sabiendo leer y teniendo libros, no lee, es peor, porque no quiere dejar de serlo. Cuando entras en una casa, de las que todavía tienen una biblia en la biblioteca, por lo menos sabes que ahí, hay una esperanza. Si la coges y encima está sobada y mugrienta, es señal de que la palabra es leída, meditada, que alimenta con frecuencia a esa familia. Una biblia nuevecita sería señal de que se compró o se regaló por compromiso, pero que les sirvió tanto como no habérsela regalado, es decir, nada. Hoy, en la capilla de Adoración Eucarística Perpetua de Catarroja, he tomado esta foto del reclinatorio que está delante del Santísimo. Un reclinatorio gastado, con huellas de haberse arrodillado tanto que ni siquiera puede el relleno recuperarse en las zonas más usadas. Hasta el forro está cuarteado y en la zona donde se suelen colocar las rodillas, roto. Y bien grandes los cortes. Un reclinatorio que de...